Desde aquel Sínodo, se ha vuelto cada vez más popular concebir toda la teología reformada exclusivamente a través de esos cinco puntos. Es verdad que estos cinco puntos son centrales para la teología reformada, pero están muy lejos de resumir la totalidad de dicho sistema de doctrina. La teología reformada es mucho más que esos cinco puntos.
La teología reformada no es solo sistemática sino también católica, porque tiene mucho en común con otras tradiciones que son parte del cristianismo histórico. Los reformadores del siglo XVI no estaban interesados en crear una religión nueva. Su interés no era la innovación, sino la renovación. Eran reformadores, no revolucionarios. Así como los profetas del Antiguo Testamento no rechazaron el pacto original que Dios hizo con Israel, sino que, en vez de eso, buscaron corregir aquello que se apartaba de la fe revelada, así también, los reformadores llamaron a la iglesia a volver a sus raíces bíblicas y apostólicas.
Si bien los reformadores rechazaron la tradición como fuente de revelación divina, no por ello rechazaron la totalidad de la tradición cristiana. Juan Calvino y Martín Lutero citaban frecuentemente a los Padres de la iglesia, en particular a Agustín. Ellos pensaban que la iglesia había aprendido mucho durante su historia y deseaban conservar aquello que era verdadero de esa tradición. Por ejemplo, los reformadores adoptaron las doctrinas expresadas y formuladas en los grandes concilios ecuménicos a través de la historia de la iglesia, incluyendo la doctrina de la trinidad formulada en el Concilio de Nicea en el año 325 y el de Calcedonia en el año 451.
En el Nuevo Testamento encontramos ejemplos de conflicto en torno a la tradición. A menudo Jesús discutía con los fariseos y escribas sobre la tradición de los rabinos. Jesús no consideraba la tradición rabínica como intocable. Muy por el contrario, Jesús reprendió a los fariseos por elevar la tradición humana y conferirle autoridad divina, poniendo en riesgo a esta última. Debido a este rechazo tan severo de la tradición humana, es que tendemos a pasar por alto los aspectos positivos de la tradición que están expresados en el Nuevo Testamento. El término tradición se refiere a aquello que ha sido “entregado”. Es el deber de cada generación traspasar la tradición a la generación siguiente. Tal como Israel entregó a sus hijos las tradiciones que Dios instituyó, la iglesia debe traspasar la tradición apostólica a cada generación que le sucede.
En este proceso, no obstante, siempre existe el peligro de hacer adiciones a la tradición apostólica que van en contra de la enseñanza original. Es por eso que los reformadores insistían en que su labor de reformar la iglesia no estaba completa. La iglesia está llamada a ser semper reformanda, es decir, estar “siempre reformándose”. Cada comunidad cristiana crea su propia subcultura de costumbres y tradiciones. A menudo cuesta muchísimo abandonar o superar dichas tradiciones. Aun así, sigue siendo la tarea de cada generación examinar de forma crítica sus tradiciones para asegurar que son congruentes con la tradición apostólica.
Fuente: BITE
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