Hay películas que se recuerdan. Otras, simplemente, no se pueden olvidar. La tumba de las luciérnagas, esa obra silenciosa y feroz de Isao Takahata y Studio Ghibli, vuelve a emitirse en televisión abierta japonesa el próximo 15 de agosto, justo el día en que se conmemoran ocho décadas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Siete años han pasado desde su última emisión en señal abierta. Esta vez, el espacio elegido es el clásico Friday Road Show de Nippon Television, que parece entender —como muchos— que hay historias que no deben esconderse, incluso si duelen. O precisamente por eso.
Seita y Setsuko: cuando dos niños narran lo que los adultos no supieron detener
Basada en el relato semiautobiográfico de Nosaka Akiyuki, quien sobrevivió al bombardeo de Kobe y escribió como quien expía, La tumba de las luciérnagas no es una película sobre la guerra. Es sobre lo que la guerra deja: el silencio, el hambre, la culpa. La soledad.
La historia sigue a dos hermanos pequeños —Seita y Setsuko— tratando de sobrevivir en un Japón reducido a cenizas. No hay héroes. No hay enemigos visibles. Solo la muerte que avanza mientras ellos, con una lata de caramelos como tesoro y un refugio improvisado como hogar, resisten. Hasta donde pueden.
Y el espectador, sin protección emocional, los acompaña. Porque en La tumba de las luciérnagas, la animación no es un escudo. Es una lupa que amplifica lo más humano: la ternura, la pérdida, la fragilidad.
Una historia que por fin llega a Netflix Japón
Por primera vez, Netflix Japón incorporará esta película a su catálogo, a partir del 15 de julio. Hasta ahora, ninguna cinta de Studio Ghibli había estado disponible en la plataforma dentro del país. El gesto es significativo: un puente más entre la memoria y el presente, entre lo que pasó y lo que nunca debe repetirse.
En el extranjero, La tumba de las luciérnagas ya había conmovido a miles cuando se sumó al catálogo internacional de Netflix en 2020. Se metió en el Top 10 global y encendió las redes con reacciones que iban desde el asombro hasta la devastación. Porque, como toda obra verdadera, habla todos los idiomas del dolor.
Verla otra vez, o por primera vez, es un acto de memoria
Emitir La tumba de las luciérnagas el 15 de agosto no es solo un gesto televisivo: es una forma de recordar que la guerra no solo se pelea con armas, sino con cuerpos pequeños y silencios que se arrastran durante generaciones.
Es un recordatorio incómodo, sí. Pero necesario. Porque en tiempos de saturación visual, donde el drama a menudo es solo una estética, esta película nos devuelve la mirada limpia, cruda, profundamente humana de dos niños que no deberían haber tenido que entender la muerte tan pronto.
Y cuando una luciérnaga se apaga en pantalla… hay que recordarla. No apagar la televisión.
Fuente: Oricon
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