No es la banana dorada. Ni el mapa estratificado. Ni siquiera las transformaciones absurdas que convierten a Donkey Kong en cebra, avestruz o máquina de demolición. Lo que convierte a Donkey Kong Bananza en algo distinto es su manera de obligarte a bajar. A ensuciarte. A detenerte.
En las primeras horas, uno podría pensar que el juego es simple: capas subterráneas, plataformas precisas, enemigos ruidosos. Pero basta con entrar en The Divide Layer para entender que se juega en otro plano. Ahí, cada Banandium Gem —las bananas doradas que definen el progreso— requiere no solo mirar, sino escuchar, leer el entorno, recordar lo que hiciste diez pasos atrás. Algunas están escondidas bajo tierra, otras congeladas en mecanismos que no se activan sin ayuda externa. Y no hay señales evidentes. Todo depende de tu curiosidad, no de tu reflejo.
En paralelo, Kong Bananza City Smash, dentro del Canyon Layer, propone otra lógica: la del caos contenido. Aquí los desafíos de Shifty Smash no te dan respiro, los enemigos bloquean rutas con precisión milimétrica y Pauline aparece no como premio sino como aliada contextual. Su canto, convertido en habilidad, activa estructuras, abre pasajes, transforma techos en plataformas. Es ritmo que no aparece en el HUD, pero que marca el camino.
Y cuando creés que ya conocés las reglas, el juego da otro giro. En Lagoon Layer, donde la acción baja sus pulsaciones y la exploración se vuelve íntima, aparecen los fósiles: Ammonite, Anomalocaris, Whale. No hay combate ahí, solo arqueología emocional. Los recolectás no para sumar puntos, sino para desbloquear atuendos, ventajas contextuales, detalles que afectan tu forma de moverte en el agua o responder al entorno. Lo más fascinante es dónde están: detrás de tiendas con nombres que parecen salidos de una novela indie, debajo de estructuras que parecen decorativas, a veces en silencio, sin que nadie te diga que existen.
Detrás de todo esto, 1-UP Studio aparece en los créditos como parte del equipo que hizo posible esta estructura: diseño de niveles, programación, sonido ambiental. No son protagonistas visibles, pero están en cada roca que se rompe justo en el momento en que decidís probar algo absurdo. Y eso también cuenta.
Donkey Kong Bananza no es el juego más ruidoso del lanzamiento de Switch 2. Pero es, quizás, el más generoso con quien decide quedarse un rato. Porque si hay algo que propone en cada capa, es eso: quedarte. Bajar. Tocarlo todo. Como si el mapa fuera una vieja biblioteca sin etiquetas. Como si cada fósil fuera una nota que alguien escribió hace años esperando que la encontraras. Como si cada gem te preguntara en voz baja: “¿Estás explorando en serio, o solo viniste a ganar?”
Fuentes: Polygon 1 2 3 / Nintendo Life
No hay comentarios.:
Publicar un comentario